Francisco Carpio. Texto del catalogo Gulliver.
Sala el Brocense. 2005.

Imagenes Gulliver II Pintura
Imagenes Gulliver I Digital

ESCALAS Y MIRADAS

Cuando pude verme de pie, eché una ojeada a mi alrededor, y debo confesar que nunca he contemplado un panorama más encantador. La campiña tenía el aspecto de un jardín interminable, y los campos, con sus cercas en forma de cuadrados de unos trece metros de lado semejaban otros tantos lechos de flores. Estos campos se intercalaban entre bosques cuyos árboles más corpulentos aparentaban más de dos metros de altura. A mano izquierda divisé la ciudad, que parecía pintada en el escenario de un teatro…” (Viaje a Liliput)

…lo primero que me maravilló fue la altura de la hierba, que en aquellos predios llegaba a unos siete metros de altura (…) Descubrí a uno de sus habitantes, parecía tan alto como un campanario normal, y a cada zancada avanzaba como unos diez metros. Le oí gritar con una voz varios grados más intensa que una estridente trompeta, aunque el estrépito venía de tan alto que al principio pensé que se trataba de un trueno…” (Viaje a Brobdingnag)

Como una personal recreación de Los viajes de Gulliver –la no menos personal parábola que sobre el hombre y los hombres publicara Jonathan Swift en 1726- esta exposición nos guía, mediante una elaborada mecánica de ascensos y descensos, de macro y micromundos, de veladuras y revelaciones, a través de un sugestivo y engañoso territorio de representación. Un territorio en el que las medidas, las apariencias, las proporciones, construyen un cambiante discurso perceptivo. Cuestión de escalas. Cuestión de miradas. Un juego-fuego de tamaños, nieblas, superposiciones y, también, de suposiciones. Suponemos lo que vemos. Pero, ¿qué es realmente lo que vemos?

Ramas, Aguas, Huellas, Ángeles y un ojo-zoom.

Dentro de este Planeta Arte de nuestros pecados, Elena Jiménez con estas nuevas obras que nos propone ahora da, sin duda, un sustancioso salto de calidad, y también de cantidad, en cuanto a los lenguajes y procedimientos empleados; técnicas gráficas, fotografía, nuevas herramientas de impresión digital, pintura, dibujo, sin olvidar por supuesto sus habituales mecánicas de estampación. Con toda esa batería de estrategias construye una gramática visual diversa, poliédrica y mestiza, muy en sintonía con los globalizados e híbridos aires plásticos que corren (o que vuelan). Por su parte, la huella física del color y de la materia que se deposita sobre las matrices iconográficas obtenidas por procesos digitales, aporta una interesante temperatura de calidez y de presencia humana, que termina por acercarnos y hacernos más reconocible y habitable la densa geografía de sus trabajos. Junto a ello, con un variado espectro de papeles, tejidos y materiales escenifica una piel dúctil y moldeable sobre la que signar su personal universo plástico.

Un universo que sigue girando en buena medida alrededor de la idea y el sentimiento de la naturaleza, y de su propia representación. Naturaleza y hombre, un largo y fértil diálogo que por desgracia parece ir enmudeciendo lentamente. Esa recíproca correspondencia en la que ambas miradas aportaban su propia luz para poder comprenderse y evolucionar, ha ido desembocando en una quiebra progresiva entre lo natural y lo humano. Recordemos las palabras de Joseph Beuys: “el ser humano debe volver a entrar en relación, hacia abajo, con los animales, las plantas, la naturaleza, y hacia arriba, con los ángeles y los espíritus”. A través de estas obras, Elena sigue intentando mantener un diálogo “natural” mirando hacia abajo y, a la vez, un diálogo “arcangélico” mirando hacia arriba. De nuevo, cuestión de escalas y de miradas.

Así, la sintaxis con la que escribe-pinta sus propuestas se conjuga con un verbo medularmente vegetal: Ramas, briznas, hojas, troncos, pétalos… Fragmentos de una Flora muy personal. Retazos de un singular bosque que –de nuevo Gulliver- crece y decrece, aumenta y mengua, se aleja y se acerca, como entrevisto por el ojo-zoom de nuestra artista. Y, de esta forma, su mirada viaja (y hace que también lo haga la nuestra) del micromundo al macrouniverso; una mirada más fragmentaria que puramente retiniana. El ebrio viaje que abarca un vasto territorio, que va desde el gran angular hasta el teleobjetivo de nuestra percepción y de nuestros sentimientos.

Pero ese alfabeto vegetal(izado) quiere más, y busca otros referentes icónicos: Manos, líneas, manchas, cabellos y también trayectos líquidos. De hecho, el húmedo cuerpo del agua está bien presente en alguna de sus series –estoy pensando en Caída libre- una de las propuestas más interesantes y rotundas de esta muestra, en la que diversos recorridos acuáticos peinan su superficie, como si fuese una cabellera de agua gris y azulada.

Representación acumulativa y fronteriza. Imágenes semiveladas, superpuestas, que dibujan un mapa fragmentario y estratificado, un yacimiento arqueológico-iconográfico en el que podemos penetrar visual y conceptualmente, excavando catas en su aparente superficie. Juego de percepciones y escalas con el que Elena Jiménez nos propone una auténtica teoría del camuflaje y la ocultación. Y, sin embargo, no debemos olvidar que esconder nos obliga paradójicamente a tratar de descubrir aquello que late debajo, aquello que se esconde tras el engañoso velo de la apariencia.

Estas escalas y miradas se articulan desde la perspectiva del trabajo seriado. Espiral de sucesos; Camuflaje; Naturaleza desordenada; Caída libre; Por las ramas… Imágenes-visiones que se agrupan y vinculan entre sí. Con el acento dialéctico de los dípticos, o con la voz plural y sinfónica del políptico.

La idea pintada se viste su traje físico de arriba abajo, se calza las botas matéricas de las sietes leguas, y termina, en ciertos casos, traspasando la plana frontera de las dos dimensiones, para adquirir plena ciudadanía de objetos, tocantes y sonantes. Piezas objetuales que se arman con un transparente esqueleto de plástico y de cristal. Positivo-Negativo. Negativo-Positivo.

Sólo me queda pedirles que sean espectadores-viajeros y traspasen este jardín ambiguo y cambiante, que paseen por sus mudables alamedas y recovecos, que alcen la vista hacia el cielo verde de sus árboles, o que desciendan su mirada sobre el cristal reflejado de sus estanques. Y, sobre todo, que tengan cuidado con sus pisadas, Gulliver puede estar muy cerca de ustedes.

Francisco Carpio


Francisco Carpio. Texto del catalogo Gulliver.
Sala el Brocense. 2005.

Imagenes Gulliver II Pintura
Imagenes Gulliver I Digital

ESCALAS Y MIRADAS

Cuando pude verme de pie, eché una ojeada a mi alrededor, y debo confesar que nunca he contemplado un panorama más encantador. La campiña tenía el aspecto de un jardín interminable, y los campos, con sus cercas en forma de cuadrados de unos trece metros de lado semejaban otros tantos lechos de flores. Estos campos se intercalaban entre bosques cuyos árboles más corpulentos aparentaban más de dos metros de altura. A mano izquierda divisé la ciudad, que parecía pintada en el escenario de un teatro…” (Viaje a Liliput)

…lo primero que me maravilló fue la altura de la hierba, que en aquellos predios llegaba a unos siete metros de altura (…) Descubrí a uno de sus habitantes, parecía tan alto como un campanario normal, y a cada zancada avanzaba como unos diez metros. Le oí gritar con una voz varios grados más intensa que una estridente trompeta, aunque el estrépito venía de tan alto que al principio pensé que se trataba de un trueno…” (Viaje a Brobdingnag)

Como una personal recreación de Los viajes de Gulliver –la no menos personal parábola que sobre el hombre y los hombres publicara Jonathan Swift en 1726- esta exposición nos guía, mediante una elaborada mecánica de ascensos y descensos, de macro y micromundos, de veladuras y revelaciones, a través de un sugestivo y engañoso territorio de representación. Un territorio en el que las medidas, las apariencias, las proporciones, construyen un cambiante discurso perceptivo. Cuestión de escalas. Cuestión de miradas. Un juego-fuego de tamaños, nieblas, superposiciones y, también, de suposiciones. Suponemos lo que vemos. Pero, ¿qué es realmente lo que vemos?

Ramas, Aguas, Huellas, Ángeles y un ojo-zoom.

Dentro de este Planeta Arte de nuestros pecados, Elena Jiménez con estas nuevas obras que nos propone ahora da, sin duda, un sustancioso salto de calidad, y también de cantidad, en cuanto a los lenguajes y procedimientos empleados; técnicas gráficas, fotografía, nuevas herramientas de impresión digital, pintura, dibujo, sin olvidar por supuesto sus habituales mecánicas de estampación. Con toda esa batería de estrategias construye una gramática visual diversa, poliédrica y mestiza, muy en sintonía con los globalizados e híbridos aires plásticos que corren (o que vuelan). Por su parte, la huella física del color y de la materia que se deposita sobre las matrices iconográficas obtenidas por procesos digitales, aporta una interesante temperatura de calidez y de presencia humana, que termina por acercarnos y hacernos más reconocible y habitable la densa geografía de sus trabajos. Junto a ello, con un variado espectro de papeles, tejidos y materiales escenifica una piel dúctil y moldeable sobre la que signar su personal universo plástico.

Un universo que sigue girando en buena medida alrededor de la idea y el sentimiento de la naturaleza, y de su propia representación. Naturaleza y hombre, un largo y fértil diálogo que por desgracia parece ir enmudeciendo lentamente. Esa recíproca correspondencia en la que ambas miradas aportaban su propia luz para poder comprenderse y evolucionar, ha ido desembocando en una quiebra progresiva entre lo natural y lo humano. Recordemos las palabras de Joseph Beuys: “el ser humano debe volver a entrar en relación, hacia abajo, con los animales, las plantas, la naturaleza, y hacia arriba, con los ángeles y los espíritus”. A través de estas obras, Elena sigue intentando mantener un diálogo “natural” mirando hacia abajo y, a la vez, un diálogo “arcangélico” mirando hacia arriba. De nuevo, cuestión de escalas y de miradas.

Así, la sintaxis con la que escribe-pinta sus propuestas se conjuga con un verbo medularmente vegetal: Ramas, briznas, hojas, troncos, pétalos… Fragmentos de una Flora muy personal. Retazos de un singular bosque que –de nuevo Gulliver- crece y decrece, aumenta y mengua, se aleja y se acerca, como entrevisto por el ojo-zoom de nuestra artista. Y, de esta forma, su mirada viaja (y hace que también lo haga la nuestra) del micromundo al macrouniverso; una mirada más fragmentaria que puramente retiniana. El ebrio viaje que abarca un vasto territorio, que va desde el gran angular hasta el teleobjetivo de nuestra percepción y de nuestros sentimientos.

Pero ese alfabeto vegetal(izado) quiere más, y busca otros referentes icónicos: Manos, líneas, manchas, cabellos y también trayectos líquidos. De hecho, el húmedo cuerpo del agua está bien presente en alguna de sus series –estoy pensando en Caída libre- una de las propuestas más interesantes y rotundas de esta muestra, en la que diversos recorridos acuáticos peinan su superficie, como si fuese una cabellera de agua gris y azulada.

Representación acumulativa y fronteriza. Imágenes semiveladas, superpuestas, que dibujan un mapa fragmentario y estratificado, un yacimiento arqueológico-iconográfico en el que podemos penetrar visual y conceptualmente, excavando catas en su aparente superficie. Juego de percepciones y escalas con el que Elena Jiménez nos propone una auténtica teoría del camuflaje y la ocultación. Y, sin embargo, no debemos olvidar que esconder nos obliga paradójicamente a tratar de descubrir aquello que late debajo, aquello que se esconde tras el engañoso velo de la apariencia.

Estas escalas y miradas se articulan desde la perspectiva del trabajo seriado. Espiral de sucesos; Camuflaje; Naturaleza desordenada; Caída libre; Por las ramas… Imágenes-visiones que se agrupan y vinculan entre sí. Con el acento dialéctico de los dípticos, o con la voz plural y sinfónica del políptico.

La idea pintada se viste su traje físico de arriba abajo, se calza las botas matéricas de las sietes leguas, y termina, en ciertos casos, traspasando la plana frontera de las dos dimensiones, para adquirir plena ciudadanía de objetos, tocantes y sonantes. Piezas objetuales que se arman con un transparente esqueleto de plástico y de cristal. Positivo-Negativo. Negativo-Positivo.

Sólo me queda pedirles que sean espectadores-viajeros y traspasen este jardín ambiguo y cambiante, que paseen por sus mudables alamedas y recovecos, que alcen la vista hacia el cielo verde de sus árboles, o que desciendan su mirada sobre el cristal reflejado de sus estanques. Y, sobre todo, que tengan cuidado con sus pisadas, Gulliver puede estar muy cerca de ustedes.

Francisco Carpio